domingo, 25 de octubre de 2009

El único cuento, sin correcciones del tiempo

Me hallaba en medio de una tertulia. A primera vista me pareció peculiar, cuando desde el fondo de una buhardilla llena de humo, todo tenía tintes tan impresionistas como un cuadro de Van Gogh las caras y los fondos carecían de principio y fin, todas las cosas se amalgamaban en un vaivén nocturno. La voz de Salvados Elizondo se alzó entre las nubes humeantes y con una claridad oscura dijo: “Todo está previsto en Poe. Todo. La poesía, la música, todo es invención de él. El pensamiento del muerto, todo. Sin embargo, en Estados Unidos no quieren a Poe porque era un borrachín, prefieren a Whitman, jejé”. Un alarido de risas salían de las paredes del piso de madera, todo se llenaba de los ecos elizondinos. Los demás integrantes de la bohemia seguían rondando entre alcohol y palabras en el pequeño café A lo lejos divisé a Cortazar charlando con Truman Capote, yo aún no lograba entender cómo era que se conocían, pero después reflexioné que los caminos de Dios son infinitos y que suceden las situaciones más extrañas en las entrañas de la vida, así pues me acerqué para ver de qué se trataba su conversación. Cuando pude llegar a la mesa contigua y pedir un café bien caliente, logre escuchar a Capote que con gran garbo pronunciaba el siguiente discurso a su interlocutor: “Mira, Julio, toda la literatura, desde la biografía a los ensayos, pasando por las novelas y los cuentos, no es más que chismorreo. Si, como lo oyes hermano, Alicia en el país de las maravillas es chismorreo. Si se empieza a examinarlo encontraremos murmuraciones incestuosas, luego entramos en chismes de adultos que violan niños”. Cortazar lo miró profundamente, parecía impávido y muerto y no dio ninguna señal de aprobación o desaprobación del comentario hasta pasados unos minutos, cuando dejó salir de su sonrisa un diente al descubierto y expuso sus pensamientos a Capote diciéndole: “Mi querido gringuito, (su garganta carraspeante le impedía pronunciar bien las palabras) la literatura es un juego, pero un juego en el que uno puede jugarse la vida”, en eso otro hombre que andaba deambulando con botella en mano y la lengua suelta interrumpióy trato de sentarse, lo cual no fue tan sencillo, puesto que sus sentidos estaban un poco agotados de tanto tratar de encontrar la línea en el paradero impresionista. Tras sentarse comenzó a decir: “ Yo, Joseph Conrad confieso que he pecado, he pecado mucho, tal vez mi mayor pecado ha sido afirmar que la ficción es historia, historia humana o no es nada.”
Salté hacia atrás y comencé a pensar que estaba soñando y que esto no podía ser realidad, dónde me encontraba yo, cómo había llegado ahí. A caso era yo amiga de alguno de estos lunáticos. Mi cabeza daba vueltas, y mi vista no podía enfocar los colores, puesto que todo se mezclaba en una bruma nocturna. Después se me ocurrió que quizás Van Gogh, el único impresionista en el que podía pensar en ese momento, nos había soñado hace muchos años y que todo era un juego de su mente.
Yo siempre imaginé que los colores en su mente estaban mezclados. Esta hipótesis me dio tranquilidad y dejé de tratar de encontrarle líneas a las caras a los muros y a las cosas, para tan sólo dejarme llevar en esa mezcla de colores, aromas y palabras. Seguí caminando por un corredor lleno de mesas y me preguntaba si había soñado Van Gogh el pequeño café de la tertulia al infinito, puesto que no se podía divisar el fin. Van Gogh estaba loco, me dije y dejé de preocuparme, él sabría lo que soñaba, yo ahí era un personaje nada más.
Al fondo del lugar me pareció ver una barba conocida, de la cual parecía emanar una risa muy fuerte. Traté de averiguar en que pasta de libro había visto yo esa cara. De repente me vino un Buendía a mi memoria y después otro, la sombra de Remedios la Bella pasó volando al cielo del café y supe que Gabo se hallaba en mi presencia. Él no estaba bebiendo, creo que tomaba un café solamente, pero supongo que el alcohol del ambiente lo había alcanzado a él también, como a todos nosotros, y sus ojos comenzaban a tener el color de manzana rubí que entonaba con todos los huéspedes, su voz en una onda expansiva llegó a mis oídos con las siguientes palabras: “Escribir es casi tan duro como hacer una mesa. En ambos casos se trabaja con la realidad, un material casi tan duro como la madera. Ambas actividades están colmadas de trucos y técnicas. Requiere de poca magia y mucho trabajo duro”, Greene interpuso sus palabras a las de Gabriel y dijo: “ No, no, no, compadre...hip, hip, perdón... nada de mesas, no hagas comparaciones tan mundanas. Escribir, Gabito, es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan todos los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, de la melancolía, el terror pánico inherente de la situación humana”.
Yo seguí caminando, tratando de pensar en todas las palabras que había oído. Jamás había escuchado antes que una mesa era como una palabra, entonces, construir una casa sería equiparado a construir un poema. Pensé que semejantes personajes estaban locos y que tanta locura sólo podía estar encerrada en la mente de otro loco de atar. Todas mis deducciones me habían llevado a la única explicación lógica: Van Gogh nos estaba soñando muchos años antes de nuestra existencia, soñaba con una pintura de la tertulia bohemia, una pintura con alma y movimiento. Entonces un pensamiento me inquietó, y si a Van Gogh se le ocurría pintarnos, ¡ay Dios!, y si quedaba yo atrapada en esa pintura para siempre con todos estos chiflados, y si no salgo nunca de aquí, y si después de muchos años me veo a mí misma pintada y me reconozco. Y si el universo colapsa por mi culpa.
Me encontraba yo en mis hondas cavilaciones cuando una voz se fue haciendo cada vez más fuerte y más audible. Comenzó como un susurro de abejas, pero poco a poco comencé a separar letras y palabras y empecé a entender tanto zumbidito, que decía... “Zzzz zzzz zzzz... los recuerdos del porvenir está escrita sin experiencia literaria, la escribí en un mes”, caí en la cuenta que la mujer apícola era ni más ni menos que Elena Garro, y comencé a ver la mentira escondida detrás de cada zumbido. Esto era una completa mentira, la mujer conocía mejor la técnica cuentista que muchos de los ahí presentes. Comencé a recordar una entrevista hecha a Philip Roth hace años, la cual decía: “Escribir es como trabajar en una mina. Durante años y años de escritura, lo único que recuerdo es que bajaba cada mañana con un pico y una linterna a extraer carbón”.
Elena decía eso talvez para engañar a sus compañeros literatos, o quizás porque Paz se hallaba a unas mesas de distancia. (Pienso que ella escribe mejor que él, y que ese fue el pecado que él jamás le perdono). Sin embargo, lo que más me llamó la atención de dicha mesa no fue el comentario de doña Garro, sino que alrededor de la mesa había cinco mujeres vestidas cada una con un día del arcoiris, la que llevaba el atuendo naranja tenía una flor del mismo color enrollada en su larga trenza negra. Los días, pensé, ¡son los días!, lo último que recordaba es que se habían escapado de la casa de la colina. Qué hacen aquí los días, reflexioné, y peor aún, qué día será hoy, yo sabía que ellas tenían la potestad de cambiar los días a placer y podían hacer que este día, sea el que fuere, durara eternamente. Corrí para no ver el escalofriante escenario que me invitaba talvez a quedarme ahí eternamente, cuando me asustó la metaficción que comenzaba yo a vivir. Lo único que me faltaba era ver a Unamuno saliendo de alguna de las puertas que se localizaban a mi lado y diciéndome que él fue contratado como director de la pintura locomotiva inserta en este sueño. Él fue quien inventó la metaficción según recuerdo.... De pronto recordé a Alicia, y el primer comentario que escuché al entrar de capote, sin embargo Alicia despertó, despertaría yo algún día.
Un hombre vestido de negro con un largo sombrero y un raro acento español se me acercó y me dijo: “ Oye, niñita, que haces por aquí, quién te invitó; ven quiero decirte un secreto”, yo lo seguí más por miedo que por curiosidad y me encontré con las siguientes palabras: “El cuento, nenita, es una obra de imaginación que trata de un solo incidente, material o espiritual, que puede leerse de un tirón. Ha de ser original, chispeante, excitar o impresionar, y debe tener unidad de efecto. Deberá moverse en una sola línea desde el comienzo”, ese es mi secreto, así que ya lo sabes, cuando quieras escribir un cuento, tan sólo sigue mis consejos y verás como el mundo se abre ante tus palabras. Quién será este loco, pensé. Ya jamás había yo escrito nada en mi vida, para que rayos me estará este señor dando dicho consejo, debe estar borracho, pensé, como todo mundo aquí.
Iba yo a levantarme de la mesa del señor de negro cuando un loco venía recitando en voz alta, su voz comenzó a aumentar y aumentar hasta que todos los que estaban cerca tuvieron que oírlo, yo tuve que taparme los oídos por el volumen tan fuerte de sus palabrasy no pude levantarme.
Por lo que escuché en la mesa ese locuaz era el gran Juan Bosch, el cual relataba su leyenda una y otra vez. Contaba que hace años había sentido una mañana un gran impulso de viajar, así decidió ir al monte Sinaí. Al llegar comenzó a caminar y a caminar, caminó semanas enteras sin descanso, sin agua, sin solaz, hasta que un día ya que iba a desistir encontró unas tablas viejas y medias rotas que al parecer estaban tiradas y olvidadas. Éstas tenían escrito en una lengua rara, que después se descubrió que era arameo, unas letras extrañas. Ese mismo día regresó a su tierra natal y se dedicó a contactar expertos en las mejores universidades para saber su procedencia. Nadie sabía de su existencia. Los especialistas grafólogos descifraron los rasgos y Bosch desde ese día vaga dando a conocer el contenido de esas tablas.
El señor, muy propio, se puso en medio de la rueda de convidados que se había formado entre los que no conocían la leyenda y los que querían que se fuera y sabían que la única forma era escuchando el relato de nuevo.
Él respiró profundo comenzó:
“Señoras y señores, soy yo el que desea que ustedes sean felices y prósperos y para eso tengo yo la información que necesitan”, continuó así:
El siguiente decálogo es tan sólo para los iniciados, para los que tienen en las venas el germen de la escritura y del cual no pueden escapar, dicho decálogo no es para todos los escritores, sólo para los selectos para los que pueden escribir en unas cuantas palabras la historia humana y dejar como inyección un efecto letal en su lector. Me refiero, claro, a los escritores de cuento.
Dicho personaje tenía a un pequeño enano verde como ayudante, el cual lo seguía por todos lados y después de cada mandamiento el pequeño daba una explicación para aquellas personas que no pudieran comprender los estatutos. "Es necesario que todos comprendieran muy bien las tablas de la ley del cuentista, una palabra mal interpretada podría traer una catástrofe”, solía decir Bosch. Después de hacer una mueca prosiguía con una voz fuerte y aguardientosa: “Los mandamientos son:
Primero. Si no sueñas, comes, y respiras cuentos jamás llegarás a ser buen cuentista.
(Nadie que no tenga vocación de cuentista puede llegar a escribir buenos cuentos, decía el pequeñín...)
Segundo. Un buen escritor es como un buen vino tarda muchos años en añejarse y en tomar un sabor inigualable.
(El escritor de cuentos tarda años en dominar la técnica del género, y la técnica, decía la verde criatura en tono altivo, se adquiere con la práctica más que con estudios)
Tercero. Un cuentista debe saber llevar con palabras la cuenta de un suceso, sino no es un cuentista.
(El pequeño contaba con sus diminutos dedos verdes: uno, dos, tres...)
Cuarto. Debes ser un padre para tus personajes, darles vida, protegerlos, cuidarlos y después enviarlos a la calle con todo y maletas para que tomen decisiones propias.
(A los personajes se les debe dejar que sigan sus propias naturalezas, nada de forcejeos con ellos o morirán en nuestros brazos, y tras decir esta frase el pequeño enano suspiró tan fuerte y con aire tan solemne que todos echamos una gran carcajada al aire que pasó volando entre el humo y el alcohol aéreo)
Quinto. El cuentista debe cuidar su mente y sus emociones y ejercer en ellas una vigilancia constante.
(El chaparrito dijo en voz casi susurrante, espantado por la carcajada colectiva: “El estado anímico del cuentista tiene que ser el mismo para recoger un material que para escribir).
Sexto. El cuentista debe ser un cazador innato que espera detrás de un árbol a que aparezca su presa y debe estar tan adiestrado que debe darle en medio del corazón con un solo tiro de su arco.
(Con un poco de más garbo pronunció: “Todos los cuentos deben comenzar interesando al lector, debe ser la carnada que atrapa al pez”).
Séptimo. El cuentista debe saber un poco de magia para ejercer con las primeras palabras el conjuro que junto con el anzuelo del mandamiento anterior enredará al lector en su trama de palabras.
(Señoras y señores, así como Caperucita y La Bella Durmiente comienzan con el conjuro: había una vez; y Blanca Nieves utiliza su homólogo; érase que se era, así mismo el escritor debe encontrar sus propias palabras hechizantes para comenzar su cuento).
Octavo. Todo cuentista debe recordar que le oficio es obra de trabajo asiduo, de la medicación constante, de la dedicación apasionada.
(Si no duele no sirve...).
Noveno. El cuentista escogerá siempre como tema lo que su alma desea.
(El cuento debe hablarle a la sensibilidad del cuentista, dicho el verde monumento, para que sea bueno y auténtico)
Y el décimo y último amigos es:
Décimo. Todo aquel que sepa en el fondo de su alma que es cuentista tiene la obligación de escribir cuentos, debe ponerse al servicio de la humanidad.
(Si no, después del final de los tiempos será castigado, por evitarle felicidad y solaz a la humanidad completa).
Y el onceavo pilón:
Onceavo. Todo cuentista dirá salud después de escuchar este decálogo.
Tras haber escuchado dicho mandamiento todos los presentes se pararon y alzaron sus copas diciendo salud. Entre gritos y aplausos fue despidiéndose el tal señor Bosch, el cual se iba contento de haberle hecho llegar a más seres humanos su leyenda.
En eso, llegaron Capote y Cortazar cantando El rey, (debo decir que el acento de Capote me hizo mucha gracia), alguien les había prestado un sombrero de charro a cada uno, pero a Capote le quedaba chico. Comencé a reírme con tanto frenesí que aún después de haberme callado mis células sacaban a borbotones sonidos hilarantes en todas direcciones que no sabía yo como acallar. Los dos nuevos compañeros pidieron dos sillas más y se sentaron con nosotros, pidieron más whisky y le pagaron doscientos pesos al trío que venía acompañándolos para que no dejaran de tocar.
Pensé que la música venía de la nada, como en las películas de los años sesenta norteamericanas, sin embargo salen charros de la nada, qué más sucederá...
Me presentaron con la concurrencia como la niñita, la cual estaba compuesta por Isaac Bashevis Singer, Mari Benedetti, Monterroso, el señor de negro que me había asustado, el cual me acaba de enterar que era un gringuito llamado Poe, y los dos émulos de cantantes beodos, los cuales cantaban llorando con la tristeza alegre y triste el vino. En fin, Singer tomó la palabra, se levantó de su asiento y pronunció las siguientes palabras: “Pequeña damita, caballeros, mhm, el cuento debe dirigirse directamente hacia su climax, y debe tener suspenso y tensión ininterrumpida, muchas gracias”, se sentó y se inclinó al frente para hacer una reverencia. Todos aplaudimos a la voz de hurras, el guitarrón del trío resonaba sin cesar el cual se detuvo cuando escuchamos a Singer desplomarse en el suelo y dormir la mona, (como diría mi padre), quedose el pobre completamente dormido con unos ronquidos tan estridentes que fue necesario mudarnos a la mesa inmediata para que sus sonoras exhalaciones no llenaran el ambiente y pudiéramos comunicarnos. Estando en eso un viejito tomó la palabra y dijo: “El cuento es una rebanada de realidad, con permiso”, después se levantó y se fue a otra mesa. Por lo que me enteré él era Benedetti, un poeta, un POETA, EL POETA. Cuando me iba a levantar de la mesa Capote que conversaba a susurros con Cortazar en un extremo de la mesa, me dijo, niña, hey, no te vayas, ven y ayúdame a convencer a este viejo tonto de la verdad sobre los cuentos, mira ven aquí hay un asiento, quieres un jaiból. Haber Julio, dijo, como te iba diciendo la forma literaria más difícil es el cuento para quien sabe usarla. La mayoría de la gente es incapaz de escribir relatos, de modo que no importa. Pero para aquel que es un artista el cuento es lo más difícil porque exige el mayor dominio y precisión. Muchos escritores, (volteó a su alrededor y soltó una gran carcajada) hacen cuentos, pero no los escriben, así que no saben lo que hacen. A lo que el señor Cortazar contestó: “A qué gringuito éste, pues ni quien te contradiga, hermano, si en la novela el autor le gana al lector por decisión, en le cuento tiene que ganarle por nocaut”. Los dos rieron en señal de aprobación y continuaron cantando abrasados una canción, que creo era de José Alfredo, no pude comprender bien la letra, puesto que su dicción estaba beoda.
El último señor de nuestra mesa se levantó, se acercó a mí y me dijo: “Sígueme y no digas una sola palabra”. Yo obedecí más por curiosidad que por miedo, el alcohol se había combinado con el CO2 del ambiente y se había creado una bebida etérea, que invitaba a la paz y al descanso con cada bocanada. Se detuvo al final de unos de los pasillos y me dijo: “La verdad, niñita, es que nadie sabe cómo debe ser el cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad, no le hagas caso a esta bola de borrachos”.
Me miró y me dijo que podía ver a través de las almas de sus lectores y que había visto en mi mirada el tatuaje de sus cuentos, y que si yo quería podía llevarme con el gurú de los cuentos, un hombre loco, solitario que siempre se encontraba en un cuarto cerrado aparte de los demás, que fumaba como loco una mezcla de hierbas que él mismo preparaba, la cual lo tranquilizaba y le hacía soñar. Me dijo que se sentaba sobre un gran hongo que habían instado expresamente para él y que siempre repetía la misma canción no aprendida.
Yo no sabía que si entrar o no, el miedo me corroía, sin embargo como los límites de cuadro eran fugaces y movibles, el artífice del sueño, antes de que yo pudiera reaccionar, me hizo la jugarreta de pintarme dentro del pequeño cuarto. Me encontré con un hombre cuya edad era difícil de calcular ya que no tenía arrugas y se podría decir que tenía veintitantos, pero las canas le inundaban la cabeza, sus ojos amarillos y olientes revelaban que su cerebro estaba embotado en otro sueño fuera del de Van Gogh. Había un pequeño piano de pared en una esquina y un inmenso hongo en donde él se echaba a dormir y a fumar. De repente de dijo entre bocanada y bocanada: Quién 0000 eres 0000 tú 0000? (C0a0d0a l0e0t0r0a e0s0t0a0b0a i0n0t0e0r0c0a0l0a0d0a c0o0n u0n a0r0o d0e h0u0m0o00000).
Entonces me puse a pensar quién era yo, en toda la noche nadie me había preguntado eso, mis neuronas estaban tan encantadas con el ambiente, que habían olvidado esa respuesta. No supe qué contestar y comencé a balbucear cuando me dijo: ¡Recita!. Sin reflexionar de repente dije:
“Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte.
los verdaderos poemas son incendios. La poesía se
propaga por todas partes, iluminado sus consumaciones
con estremecimientos de placer o de agonía.
Se debe escribir una lengua que no será materna
Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte
un poema es una cosa que será
un poema es una cosa que nunca es, pero que debie-
ra de ser...”
No, no, no, niña no repitas.... de nuevo.
Pe... pero, yo, no quiero.... repetía yo balbuceando. Qué repitas te dijo... y se sentó a escucharme, inhalando del tubo de plástico.
“Al horitaña de la montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene viene la golondrina
Ya viene viene la golonfina
Ya viene la golondrina
Ya viene la goloncima
Ya viene la golonchina
Ya viene la golonrima
Ya viene la golonrisa
La golongira
La golonlira
La golonbrisa
La golonniña
Niña, niña, qué eso. Pero bueno, tú estás loca, ésto no es un poema parece un trabalenguas, pobre del autor y si viera su poema destrozado, qué vergüenza debería de darte.... Pe... pero, usted no entiende, le dije, yo solamente.... Solamente, solamente, es todo lo que tienes que decir a tu favor, todo este humo te ha hecho daño, me dijo. Traté de no discutir con él , puesto que de nada serviría, y caímos en un profundo silencio, el cual fue roto por la mesera que venía a ofrecerme café y galletitas. Yo sólo quise un capuccino bien frío y muy cargado, pensé que talvez si bebía café muy cargado el olor y el sabor amargo llegaría al cerebro de Van Gogh y eso lo despertaría, pero mis intentos no tuvieron éxito.
Después de tomar café y vernos a los ojos un rato el hombre del hongo comenzó a hablar... Yo sé porqué estás aquí, dijo, ese Monterroso siempre ha querido saber cómo hago mis cuentos y jamás se lo he revelado, me trae espías y quiere después sacarles la verdad, pero yo tengo un truco infalible, a todos los que vienen les cuento mi secreto y después les doy el elixir del olvido, ellos salen sin saber una palabra de mi o de mi hongo.
Se levantó del hongo y comenzó a tocar en el pequeño pianola canción no aprendida y a tatarear la letra... Y así comenzó a decirme: “Obligado o traicionado por mí mismo a decir cómo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos. No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia” Pensé que tanta hierba era un inhibidor de conciencia y comencé a reírme sin que mis labios me delataran, pero él cachó mi pensamiento que bailaba en el aire y me miró con una mirada de desaprobación, yo avergonzada bajé la mirada y el continuó su secreto: “Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría del conciencia. Esto me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esta intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas”, No me diga, pensé, pero después recordé el incidente anterior y tuve la firme resolución de dejar de pensar y no interferir con mis pensamientos en su relato. Él continuaba: “A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé como hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, (no cabría en esta pequeña habitación, niña, lo comprendes) que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas”. Yo miraba a aquel hombre y me daba cuenta que había detenido de tocar aquella melodía de los amorosos y veía como se arrebataba con cada palabra pronunciada y como sus ojos se desorbitaban al tiempo que pronunciaba su secreto, éste me fue envolviendo primero los pies después siguió su secreto recorriendo mis piernas y mis muslos hasta llegar a mis cervicales en las cuales encontró todo un torrente eléctrico en el cual podía viajar a gusto y tranquilo y se dedicó a invadirme poco a poco, lentamente, imperceptiblemente, cuando me di cuenta el secreto se había apoderado de mi y de mi conciencia, llegué a pensar que dicho autor utilizaba las conciencias ajenas para así no inmiscuir la suya. Él se detuvo a observar mis pensamientos y reanudó hasta que yo hube terminado de pensarlos: “Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sé cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance”... A pesar de mis arduos intentos por no pensar, no pude detener a mi locomotora mental que estaba llena de colores, de sensaciones y de cavilaciones con sabor a menta. Y pensé que él tampoco conocía las leyes que lo regían. Él volteó y me miró con una mirada compasiva, yo sabía que había comprendido mi pensamiento y sonrió con la sonrisa de los justos a medio dientes. Se levantó del piano se sentó en el hongo junto a mí, y siguió pronunciando palabras mágicas, mágicas palabras: “No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en su última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada”.
Terminó su bocanada de palabras y después de un trago humeante de ajenjo, me dijo: “Lo más seguro de todo, niña, es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia, así como tú y yo niñita, vivimos atrapados en el arte de otro artista. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda”.
Terminó su perorata y se echó un rato a descansar, yo comencé a angustiarme, él también sabía que estábamos en la mente de un artista. Sabría él que estamos en un lienzo ensoñandor, no sería yo la única que sabría esto.
Todo me daba vueltas cuando empecé a quedarme profundamente dormida, no podía mantenerme despierta, sería el café que había tomado. El artista que me había embelezado por sus palabras quizá había dado instrucciones a la mesera para que agrega un poco de tónico del olvido en mi café. Yo estaba muy asustada y no quería dormir, no quería olvidar sus maravillosas palabras cuajadas de plantas hermosas y carnívoras, no quería que la magia se fuera y que el secreto saliese de mi cuerpo. Era egoísta, lo acepto, quería vivir con el recuerdo del anónimo artista que me hizo tocar con los oídos la hermosura de las palabras. Entre mi lucha interna por no quedarme dormida y la pesadez del sueño por fin ganó le someille y me entregué en sus brazos a regañadientes.
Comencé a soñar que un cuentacuentos y yo ibamos en una barca que navegaba en un pequeño río, y en sus entrañas podía verse la tripería de tubos y codos que lo hacían funcionar. Cada 20 metros había un enorme rana verde en cuyo cuello encallaban los pequeños móviles acuáticos. Me senté a un lado de él y comenzó a decirme el cuento del autor del hongo, su cuento era el mismo que el de toda la humanidad, él buscaba romper lo insólito, lo banal de la existencia. Él, me dijo, toda su vida ha sentido un vacío entre los pulmones y el estómago, dicho vacío es tan pequeño que sólo mide cinco centímetros, pero sus estragos nos persiguen durante muchos años, en algunos casos toda la vida. Éste hombre busca lo inesperado, la extrañeza, pero para realizarlo necesita escribir con polvo de diamante para que su obra no sea más que poesía y que por medio de esta poesía el alma humana se retuerza y la lleve a la sorpresa, al miedo y hasta el terror. Él es un poeta cuya misión en el mundo es hacernos sentir que estamos vivos, que a pesar de todos los tranquilizantes mentales que nos anestesian el alma las palabras hermosas son como shocks eléctricos que despiertan de nuevo nuestros sentidos y nos hacen soñar.
Cortazar un día me dijo que lo fantástico era el derecho al juego, a la imaginación a la fantasía y el derecho a la magia. Creo que ya tuviste el placer de conocer a Julio, me dijo y yo sonreí recordando lo bien que evocaba las palabras perdidas y rebuscadas que crecen en las enredaderas del alma humana. Después el cuentacuentos dio vuelta en una esquina del río y me llevó a la cercanía de una casa de cuyas ventanas salían largos brazos de agua y de cuyas entrañas emanaba agua.
Me exhortó a que observara la casa. Esa casa, me dijo, había sido creada en la imaginación del autor para deleitar la mente humana. Las palabras del autor eran veces unas maravillosas y otras fantásticas. “Él es el genio, me dijo, el maestro y rige por las leyes humanas, pero las quebranta un poco para dejar pasar por esa rendija un rayito de la luz de un universo féerico y maravilloso. Sus cuentos, me dijo, son la cucharada de miel que los niños reclaman cada mañana, la cual les da fuerzas para enfrentarse al mundo real. Sus creaciones no es que no tengan leyes como él mismo cree, comentó, sino que tan sólo obedecen a leyes diferentes. Él creador utiliza el tiempo de la duda en sus relatos, en el cual lo fantástico es una angosta franja situada entre lo maravilloso y lo extraordinario. Él es un creador de bellas ilusiones de los sentidos, de los productos de nuestra imaginación, y entonces las leyes del mundo y la realidad no son como los conocemos, sino que obedecen a otras leyes.
En ese momento el alma humana se libera y comienza a jugar con lo injugable, con el tiempo por ejemplo, el autor de cuentos fantásticos, como esta casa que ves, juega a detenerlo, a atrasarlo, a adelantarlo, a tener control sobre él, que es incontrolable.
El ser humano juega a tener control sobre la vida, sobre la muerte, sobre el tiempo, pequeña niña, y sueña que tatúa el humo y que camina sobre el agua, para no enfrentarse a la realidad que tanto teme y que es ineluctable.
El autor juega con los personajes, hace que ellos no obedezcan las leyes humanas y se comporten como les venga en gana sin tomar en cuenta la física, la química o la naturaleza. Los efectos causa-consecuencia para ellos no existen, y que Newton me perdone. Ellos se desdoblan, se funden y se transforman, y la historia continúa, la historia, nena, siempre continúa.
La materia en manos de los autores es un juego, ellos la moldean, la destruyen y la transforman. En su mente una casa puede vivir inundada durante años y para llegar a la cama talvez debas remar; las paredes de esa casa no están expuestas a la humedad, ni a la corrosión, ni al frío de la noche, ni a los tiburones, ni al mal olor. La imaginación es la materia orfebre del artista y el la moldea y la atribuye con nuevas leyes. El autor es su Dios, su todo poderoso, su guía, su mentor, es el alquimista que convierte el pan en vino y el vino en oro”.
Me decía el cuentacuentos esto cuando de repente una señora gorda chapoteó agua dentro de nuestra pequeña embarcación, su embarcación era mucho más grande, ella veía acompañada de un joven flaco y escuálido cuya delgadez se acentuaba por la comparación producido por ambas masas corporales. Ella nos saludó con mucha educación y prosiguió su viaje dentro del pequeño río.
Embarcamos en la rana más próxima y el cuentacuentos ruso cuyo nombre he olvidado, pero cuyo apellido era algo así como Todorev o Todorov, me dijo que debía partir que el hongo me esperaba.
En ese instante abrí los ojos y pegué un alarido de espanto, puesto que me localizaba fuera del cuarto del señor del hongo y a mi alrededor volví a encontrarme con medio de la revoltura de colores. Había muchas caras parecidas que se torcían y se enredaban, todos me miraban y me preguntaban qué me había sucedido, ya que al parecer había habido una explosión en el cuarto en que el artista mágico, como lo bauticé puesto que nunca supe su nombre, y yo nos encontrábamos. Lo único que se escuchó fue un gran estruendo y al disiparse el humo salió volando de entre las partículas ahumadas una hermosa mariposa amarilla con rallas naranjas que volaba con alegría entre la cafetera concurrencia. Yo no sabía que era lo que me sucedía, me sentía aturdida y melancólica, y sólo pensaba que el poeta había estallado de tanto sentir y que había emanado su melancolía a través de la chamusquera en todas direcciones.
De pronto la mariposa salió por la ventana. Ella voló y voló hasta encontrarse en un paraje de tulipanes amarillos en una tierra inundada de sol y de pradera. Estaba tan cansada por venir huyendo de todo el humo que se posó en un gran montículo que tenía huecos. En dónde estoy, pensó la mariposa, en eso logró esquivar una gran mano que trataba de alejarla del oído donde estaba. La pequeña mariposa había despertado al hombre que dormía, el cual después de restregarse los ojos, y estirarse, se levantó tomó su paleta y su brocha y siguió pintando un cuadro lleno de manchones de colores y siguió tarareando una canción no aprendida.

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